sábado, 12 de junio de 2010

Rancho de Los López, (Jaral del Progreso), Guanajuato. Cabeza número 20.


Esta Cabeza es bastante fácil de encontrar, se encuentra en el Jardín Principal, al frente de la parroquia apuntando con su pico hacia donde encontraremos el kiosco.



Al mediar de la carrera de su vida y al cobijo de modesta cabaña del rancho de “Los López”, a la sazón perteneciente a Valle de Santiago y hoy sitio donde se levanta la ciudad de Jaral del Progreso, fundada apenas en 1831, hallábase el campesino Manuel Muñatones al iniciar el movimiento que acaudillara don Miguel Hidalgo”. (1)




Jaral, así como otras comunidades donde se localizan las 260 Cabezas de Águila, guardan su historia. “…Gestos como los de un Manuel Muñatones, ranchero abajeño vallense que invita a comer a Miguel Hidalgo a su rancho Los López, cerca del Puente de Tierra en terrenos de la hacienda La Bolsa, y pocos días después habría de aparecer ahorcado por el realista Sarmota…” (2)



Con la retórica que solo los escritores de principios del siglo XX tienen, leemos esta descripción: “Allí, en la misteriosa soledad de los campos, en el saludable retiro de los bosques vírgenes, lejos del tumultuoso oleaje de las grandes poblaciones y en íntimo contacto con las maravillas de aquel fragmento de tierra, verdadero paraíso del exúbero Bajío, deslizábase sin amarguras la plácida existencia del honrado campesino Manuel Muñatones, para quien las labores agrícolas, los goces de la familia y la lectura provechosa de los buenos libros constituían su mejor y más grato esparcimiento”. (3)




Cabe aquí recordar que don Fulgencio Vargas, maestro e historiador guanajuatense es originario, precisamente, de Jaral del Progreso, quizá sea esa la razón por la cual nos da fe de este personaje con la exaltación en que lo hace: “Muy cerca de los terrenos que ahora ocupa el pueblo del Jaral, y en un punto denominado Puente de Tierra, que casi tocaba el camino del cerro, en jurisdicción de la Hacienda de la Bolsa, encontrábase un hombre de alguna edad, vistiendo el típico traje del ranchero acaudalado: sombrero de copa chica y de grandes alas galoneadas de oro, toquilla de plata y chapetas del mismo metal, magnífico jorongo de vistosos colores, calzonera de paño azul con botonadura de plata, ceñidor de seda, contona de cuero de venado y botas camperas”,



“Cuando el grupo que formaba don Miguel Hidalgo y sus principales compañeros estuvo a la vista del labrador, apresuróse éste a encaminarse a su encuentro descubriendo la cabeza, hincado en la tierra la rodilla y besando la diestra de aquel sacerdote que, en aras del patriotismo, debía muy pronto derramar su sangre y servir de ejemplo a los héroes venideros de la gigante lucha de once años.”



Relatando la escena como si la hubiera presenciado, continua don Fulgencio Vargas con su característico ritmo del neoclásico tan en boga en su tiempo: “-Señor cura: vivo no lejos de estos lugares, a orillas del río gande de Lerma, en una humilde cabaña; mi ocupación es en el campo, y en mis hora de reposo gusto de leer los buenos libros, que siempre me han enseñado a amar a Dios, a respetar a mi prójimo, a honrar a mi patria y a hacer lo posible por desterrar de los míos cualquier idea de esclavitud y de libertinaje. Conocedor de las virtudes de su merced y de la heroica campaña que por salvar a México viene emprendiendo, no he vacilado un punto en venir a saludarle, rogándole, si lo tiene a bien, se digne honrar mi casa con su presencia y la de sus fieles compañeros, aunque sea por un momento; que si pobre es la ofrenda, muy grande es a buena voluntad que la origina”.



“Ni una sola vivienda marca hoy el sitio que en 1810 ocupó el rancho de Muñatones; pero la tradición, esa amiga y compañera de la historia, ha venido perpetuando de gente en gente el memorable recuerdo de aquella comida, en la que figuraron como invitados de honor mártires sublimes de nuestra gloriosa Independencia”.



“No faltó un ingrato que, envidioso de la fortuna de don Manuel, divulgase lo acontecido en Los López, dando a todo esto caracteres de tal magnitud, que bien pronto encendieron los rencores y mataron en flor las esperanzas. Un día, cuando solo pocos habían transcurrido de los sucesos anteriores, encontrase el cadáver del labrador pendiente de un árbol cuyas ramas besaban la superficie límpida del Lerma”. (4)




Fuentes:


1.- Vargas, Fulgencio. Camino de la Insurgencia. Archivo General del Gobierno del Estado de Guanajuato. 2003


2.- En el mero Bajío. Microhistoria regional. Benjamín Lara González. Edición privada. Valle de Santiago, 1999.


3.- Vargas, Fulgencio. La insurrección en el estado de Guanajuato. Ediciones La Rana. Guanajuato, 2001.


4.- Ibid



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