lunes, 7 de junio de 2010

Cementerio de San Sebastián, Guanajuato, Guanajuato. Cabeza número 15.

Luego de caminar a lo largo de las calles laberínticas y de traza medieval de Guanajuato, por el rumbo del parque de Embajadoras, y de caminar en círculo por el rumbo del estadio de béisbol di con el que fue en su tiempo un camposanto de alto nivel, ubicado, como era la tradición en el atrio del templo de San Sebastián, y, allí estaba la Cabeza de Águila, no se, esta vez la vi triste.


La Cabeza de Águila ubicada en este antiguo cementerio presenta características que la diferencian en mucho de las demás: no tiene el pedestal que el diseño original estableció y está perforada al frente en la parte plana arriba de lo que sería la nuca del ave. Quizá fue usada en algún momento para instalar una asta bandera, pero nadie me supo decir el motivo.


Dado que no hay la placa que existió en todos los monumentos, me atrevo a pensar que está Cabeza estuvo colocada en algún otro sitio y la llevaron a San Sebastián debido a que era allí donde se depositaron durante muchos años las cabezas de los héroes que colgaban de los cuatro ángulos de la Alhóndiga. Es extraño que un monumento colocado por la SEP haya sido instalado en un recinto cerrado, como lo es el antiguo cementerio. Pienso que esta es la Cabeza que estuvo en la Alhóndiga y que al hacer la remodelación fue trasladada a ese lugar, de lo contrario tendría su pedestal correspondiente.


Uno de los testimonios al que tenemos acceso de los sucesos durante la toma de Granaditas es el de Lucas Alamán, cuyo nombre completo es Lucas Ignacio José Joaquín Pedro de Alcántara Juan Bautista Francisco de Paula Alamán y Escalada; al ver la retahíla de nombres deducimos lo apegado a la religión que católica. Era Criollo de cepa, pues nació dentro de una adinerada familia guanajuatense. Nació en la ciudad de Guanajuato, el 18 de octubre de 1792, por lo tanto contaba con 18 años al inicio de la independencia. Si consideramos esto podemos deducir que lo que el narra en su Historia de Méjico es lo visto por alguien que padeció directamente la agresión. Es por eso que al leer debemos notar el por que regularmente habla mal de la Insurgencia.


“El día 29 en el que el cura Hidalgo celebraba sus días, Guanajuato presentaba el más lamentable aspecto de desorden, ruina y desolación.


La plaza y las calles estaban llenas de fragmentos de muebles, de restos de los efectos sacados de las tiendas, de licores derramados después de haber bebido el pueblo hasta la saciedad; este se abandonaba a todo género de excesos, y los indios de Hidalgo presentaban las mas extrañas figuras, vistiéndose sobre su traje propio, la ropa que habían sacado de las casas de los europeos, entre la que habían uniformes de regidores, con cuyas casacas bordadas y sombreros armados se engalanaban aquellos, llevándolas con los pies descalzos, y en el mas completo estado de embriaguez.


El pillaje no se limitó a las casas y tiendas de los europeos en la ciudad; lo mismo se verificó en las de las minas, y el saqueo se hizo extensivo a las haciendas de beneficiar metales.


La plebe de Guanajuato, después de haber dado muerte en la alhóndiga a aquellos hombres industriosos, que en estos establecimientos le proporcionaban ganar su sustento con los considerables jornales que en ellos se pagaban, arruinó los establecimientos mismos, dando un golpe de muerte al ramo de la minería, fuente de la riqueza no solo de aquella ciudad, sino de toda la provincia.


En toda esta ruina iban envueltos también los mexicanos, por las relaciones de negocios que tenían con los españoles, especialmente en el giro del beneficio de metales, para el cual algunas casas de banco de aquellos, adelantaban fondos con un descuento en el valor de la plata que en pago recibían, según las reglas establecidas en la ordenanza de minería para avíos a precio de platas.


Quiso Hidalgo hacer cesar tanto desorden para lo que publicó un bando el domingo 30 de Septiembre; pero no solo no fue obedecido, sino que no habiendo quedado nada en las casas y en las tiendas, la plebe había comenzado a arrancar los enrejados de fierro de los balcones, y estaba empeñada en entrar en algunas casas de mexicanos, en que se le había dicho que había ocultos efectos pertenecientes a los europeos. Una de las que se hallaban amenazadas de este riesgo era la de mi familia, en cuyos bajos estaba la tienda de un español, muerto en la noria de Dolores llamado D. José Posadas, que aunque había sido ya saqueada, un cargador de la confianza de Posadas dio aviso de que en un patio interior, había una bodega con efectos y dinero que él mismo había metido. Muy difícil fue contener a la plebe, que por el entresuelo había penetrado hasta el descanso de la escalera, corriendo yo mismo no poco peligro, por haberme creído europeo.


Llevaba al frente el cuadro de la imagen de Guadalupe, con un indio a pié que tocaba un tambor; seguían porción de hombres del campo a caballo con algunos dragones de la Reina en dos líneas, y presidía esta especie de procesión el cura con los generales, vestidos estos con chaquetas, como usaban en las poblaciones pequeñas los oficiales de los cuerpos de milicias, y en lugar de las divisas de los empleos que tenían en el regimiento de la Reina, se habían puesto en las presillas de las charreteras unos cordones de plata con borlas, como sin duda habían visto en algunas estampas que usan los edecanes de los generales franceses; todos llevaban en el sombrero la estampa de la virgen de Guadalupe.


Llegada la comitiva al paraje donde estaba el mayor pelotón de plebe, delante de la tienda de Posadas, se le dio orden al pueblo para que se retirase y no obedeciéndola, Allende quiso apartarlo de las puertas de la tienda metiéndose entre la muchedumbre; el enlosado de la acera forma allí un declive bastante pendiente, y cubierto entonces con todo género de suciedades, estaba muy resbaladizo: Allende cayó con el caballo y haciendo que este se levantase, lleno de ira sacó la espada y empezó a dar con ella sobre la plebe que huyó despavorida, habiendo quedado un hombre gravemente herido.


Siguió Hidalgo recorriendo la plaza y mandó hacer fuego sobre los que estaban arrancando los balcones de las casas, con lo que la multitud se fue disipando, quedando por algún tiempo grandes grupos, en los que se vendían a vil precio los efectos sacados del botín.


A este pillaje desordenado de la plebe, siguió el mas regularizado que Hidalgo hizo practicar de todo aquello que se había ocultado al pueblo”. (1)


Fuente:


1.- Alamán, Lucas. Historia de Méjico. Editorial Jus. México, 1972



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